Ser travieso es tener la capacidad de atravesar cualquier circunstancia, por dura que sea, sin perder la capacidad de reír, si se puede y sobre todo, de nosotros mismos.

Franz Peter Oberarzbacher.

El Ser es inalcanzable para el discurso. ¿Qué es entonces Dionisos en relación con el mundo? Un signo de sí mismo. Y ¿qué es el mundo en relación con Dionisos? Una metáfora. 1

Franz Peter Oberarzbacher.

A Franz, el gigante travieso, mi mejor maestro y amigo.

Propedéutico

La presencia de Franz y la misión que le atribuí después en mi vida, de manera lúdica, adquieren una mejor definición si se entiende primero el contexto en el que lo conocí. El Instituto Tecnológico Autónomo de México ya era, en los años noventa, una institución con un prestigio asociado a la clase política y empresarial de nuestro país. Una institución formativa cuyo origen se adivinaba en su carácter propedéutico y el espíritu de competencia con el que ungía de manera uniforme a sus egresados, para que sus estudios de posgrado en la Ivy league norteamericana les resultase una experiencia tan familiar, llevadera e intuitiva, como la noción de la maximización de utilidades y el mantra de la congregación: el consumidor siempre quiere más que menos 2

El ITAM es una noble institución que no debe malentenderse, a riesgo de cometer una injusticia con su episteme. Su misión no es crear un mundo mejor, es prepararnos como especialistas para sobrevivir en éste, con excelencia y a cualquier costo; en medio de la barbarie y el apocalipsis por venir, con la certeza de que la competencia es la mejor y más beneficiosa actitud ante nuestros semejantes y con el orgullo que confiere saber que la ciencia y la técnica estarán de nuestro lado, hasta el último momento del antropoceno, la extinción masiva de especies y el colapso de los ecosistemas. Esto no quiere decir que no haya habido muchos egresados y profesores cuyas convicciones fueran compatibles con los ideales del bien común, el compromiso social y con el pluralismo cultural, moral o metafísico; sino que al menos cuando transitábamos esos pasillos, había una palpable Zeitgeist que parecía emanar del departamento de Economía. Es normal que quien no conozca o no haya vivido al ITAM en carne propia, tienda a simplificar, generalizar o poner a comer a todos quienes han pasado por ahí, del mismo plato epistemológico-ontológico. 

Peras a un olmo de hierro y el germen de su presunta inocuidad

Debo confesar que, muchas veces, he pensado que cometí un grave error al decidir estudiar en tan respetable institución. Creo que en su carácter de empresa líder, el ITAM pudo haberme ofrecido algunos disclaimers, información útil, para un consumidor incauto como yo. Se me ocurren algunos que podrían haberme sido útiles:

https://www.milenio.com/policia/suman-seis-suicidios-de-estudiantes-del-itam

No obstante quiero agradecer que hubo profesores como Alonso Lujambio o Pablo Cotler que directamente me preguntaron qué hacía estudiando, primero Economía y luego Ciencia Política, en la tres veces hache institución autónoma de México. Más tarde la cátedra de mi querido Eric Herrán (que probaría ser el laboratorio más explícito de mi yerro epistémico-académico) y su generosa conversación dentro y fuera del aula, reforzarían mi intuición.

“A veces hay que navegar en la oscuridad” me dijo Eric, un día que fuimos a comer e intentó generosamente disuadirme de abandonar el ITAM, tras escuchar con paciencia mis gritos de auxilio existencial, en forma de una torpe elegía de mi síndrome de adolescencia prolongada.  

Outliers

La primera vez que oí de Franz Peter Oberarzbacher fue porque mi amiga Magdalena Huerta, quien en esa época se había convertido en una especie de compañera de viaje existencial, insistió con vehemencia en que tenía que conocerlo y tomar clase con él. Franz daba tres materias en el Departamento de Estudios Generales: Problemas de la Civilización Contemporánea I y II, e Ideas e Instituciones Políticas y Sociales III. Mi amiga y yo habíamos decidido estudiar en el ITAM; ella tal vez, porque era hija de dos renombrados economistas y yo, porque recuerdo (aunque no sé bien por qué) quería entender y observar de cerca el fenómeno del poder y sabía que en ese instituto estudiaban las hijas e hijos del poder económico y político de México (en esa institución también daban clase algunos de los tecnócratas que integraron el gabinete del salinato). Yo era más joven y aún creía en que debía hacer algo con mi vida que pudiera mejorar al mundo, que era posible una suerte de revolución psicológica que requería crear un diálogo entre la tradición occidental y las tradiciones orientales como el budismo, el taoísmo o el vedanta (una intuición straussiana, descubriría después) 3.

Magdalena y yo teníamos en común que veníamos de esa educación característica de los republicanos españoles exiliados, anarquistas idealistas, que habían creado escuelas como la Manuel Bartolomé Cossío (donde estudié la primaria) o el Colegio Madrid, donde ella y yo nos conocimos. Cuando nos reencontramos en el ITAM ambos experimentábamos una especie de revival hippie 4. Yo leía los libros de Carlos Castaneda como un manual práctico de chamanismo y crítica a la modernidad, que complementaba con mis lecturas del etnólogo visionario, Terence Mckenna, y mis exégesis juveniles de Nietzsche y Schopenhauer

Secularización

Desde las primeras clases que tomé con él, constaté que Oberarzbacher era diferente, podía pasar en un instante de la pasión iracunda a una risa franca y poderosa (que a veces me parecía sobrenatural) como un recurso didáctico, preciso y efectivo. Franz, alemán chilango, hablaba mejor español y tenía un vocabulario más amplio que todos los alumnos con los que compartía el aula; su trato amistoso obsequiaba generosidad y calidez, de manera indiscriminada. Parecía que ese teutón, alto y robusto, podía ver algo en las personas con las que entraba en contacto, que ni ellas podían reconocer en sí mismas. Al terminar cada clase me llevaba conmigo un glosario de términos nuevos, pero hubo uno de ellos que al oírlo por primera vez me pareció sobresaliente y cuya definición encontré elusiva, insuficiente o insatisfactoria cuando consulté en diccionarios y otras referencias: la Secularización

Franz había sido un marxista apasionado en algún momento de su vida, pero luego se volvió un experto en tradiciones orientales; en nuestras conversaciones, lo mismo hablaba de budismo, taoísmo, que de los poetas sufíes y los poetas místicos de Maharastra, o de Gurdieff, Outspenski o del Advaita Vedanta y el Shivaísmo de Cachemira. Era inclemente dentro y fuera del aula, desde su nietzcheanismo mísitico (como a mi me gustaba llamarlo) con la metafísica judeocristiana, con la noción del pecado, la culpa y la idea de la redención. En una ocasión, de esas tantas en las que me sentí afortunado, cómplice y confidente, lo vi salir del cubículo del Dr. Barba: se despidió cariñosa y respetuosamente del profesor, como solía hacerlo, y luego al voltear hacía su cubículo se dio cuenta de que yo lo esperaba en la puerta, entonces apareció esa sonrisa traviesa que caracterizaba nuestros saludos. Franz me invitó a entrar y en seguida cambió su semblante a esa expresión grave que transformaba su rostro cuando algo le parecía importante; me dijo algo que recuerdo más o menos así: 

—Pasé un rato escuchando al Dr. Barba alabando las epístolas de San Pablo. Pero, ¿qué puede ser más perverso que fundar el amor en la culpa? ¿Cómo puede ser que la raíz del amor hacia Cristo sea la culpa por el pecado, una deuda de culpa? El único pecado que existe, si acaso, es la misma idea del pecado; debemos redimirnos de la idea y la necesidad de ser redimidos —y otra vez, en el momento más álgido de su diatriba— Franz hacia una pequeña pausa dramática a la que le seguía esa cara de travieso y esa risa, una explosión que de inmediato me contagiaba y que nos duraba algunos minutos.

La secularización, ese proceso inacabado de desacralización, esa suerte de inoculación, contagio y mutación simbólica del pensamiento religioso que inaugura la modernidad con “la disolución de los indicadores de certeza” (en palabras de Chantal Mouffe, epígono de Claude Lefort), se volvió mi tema y mi tropo favorito en mis ejercicios lúdicos y académicos de crítica a la modernidad, que posteriormente hallarían un cálido invernadero en las clases del Dr. Eric Herrán y su magnífica arqueología del linaje Nietzsche-Heidegger-Leo Strauss.

Chamán secular

En cada grupo que tomaba clase con Franz, algunas alumnas y alumnos notaban que él era diferente y establecían una relación más allá del aula. Al principio me sorprendió que no fueran más, luego me di cuenta de que mucha gente simplemente no veía lo que muchas y muchos veíamos en él. En varias ocasiones presencié un fenómeno asombroso, que a la fecha recuerdo vívidamente y me hace sonreír: Franz era riguroso en su exégesis de los textos asignados, pero siempre los dejaba atrás para crear una atmósfera de profundo cuestionamiento sobre nuestra perspectiva de la realidad, de la civilización, de la cultura. Cuando la tensión llegaba a una gran intensidad, entonces introducía el más fino sentido del humor, con una frase o una pregunta inesperada; lo que sucedía a continuación era un fenómeno de contagio de risa que en ocasiones provocó que un aula entera, con una treintena de alumnas y alumnos, estallara en risas por varios minutos, sin parar; llegué a pensar que se trataba de un ejercicio psicocorporal, deliberado, para recorrer el espectro cognitivo desde el análisis intelectual, hasta un estado alterado de conciencia donde el lenguaje, la razón y la mente quedaban atrás. Franz era un maestro de la risa, un chamán secular, un psicoterapeuta corporal transpersonal, o al menos eso creí por muchos años; ahora sé que sus palabras y su risa fueron vectores de un contagio que me transformó para siempre.

Un héroe local 

No recuerdo en cuál de las conversaciones me invitó por primera vez a visitarlo a su cubículo para platicar, probablemente fue después de que me sugiriera leer El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell, al que siguió una variada bibliografía que incluía lo mismo a Freud, Jung, que a otros autores junguianos, Hölderlin, Hesse, Thomas Mann y decenas de conversaciones sobre estas obras, siempre desde una perspectiva lúdica, cercana e inspiradora.

Franz era el maestro ideal, un amigo generoso, una isla dionisíaca, un oasis en el desierto apolíneo que era para mí ese instituto tecnológico.

Con el tiempo descubrí que no era el único que visitaba frecuentemente su cubículo: alumnas y alumnos así como profesores, se tomaban el tiempo para ir a platicar con Franz y sobre todo, tarde o temprano: reían, reían como yo, con una risa franca, liberadora, traviesa. Lo presencié repetidamente en las ocasiones en las que después de tocar la puerta y oírlo decir “adelante”, Franz me invitaba a entrar; a veces su interlocutora o interlocutor me veían entre sorprendidos o incluso molestos, como si interrumpiera su consulta o sesión terapéutica; otras veces Franz me pedía volver más tarde. Una vez, cuando abrí la puerta, una alumna declamaba un poema; otra, un profesor confesaba su mala suerte en el amor; encontré visitantes recurrentes como el profesor Orozco Garibay, Alberto Sauret y algunas alumnas y alumnos con los que luego establecí una relación amistosa. 

Recuerdo haber recorrido ese largo pasillo de Estudios Generales decenas de veces, unas inundado de curiosidad, otras destrozado, abatido; pero tras tocar un par de veces en esa puerta y oír su voz, “adelante”, algo comenzaba a cambiar dentro de mí y luego, cuando hacíamos contacto visual y él reía, generoso, travieso, entonces la alquimia total; no me queda duda: la manera en que la valentía se contagia es por medio de un tipo especial de risa, esa que Franz practicaba con grandeza. 

Una de esas ocasiones en las que me sentía realmente mal, llegué demasiado tarde a buscarlo y ya no estaba en su oficina. Sin pensarlo mucho, me dirigí al aula donde impartía Problemas de la Civilización Contemporánea II y toqué la puerta; la clase llevaba unos minutos de iniciada, me asomé y pregunté, ante el asombro de sus alumnos (que nunca me habían visto) si podía pasar; Franz sonrió, me indicó que me sentara y continuó con su cátedra. Permanecí en silencio varios minutos hasta que se dirigió a mí y me hizo una pregunta que estaba relacionada con varias conversaciones que habíamos sostenido a lo largo de varios meses; los demás me miraron intrigados, dudé apenas unos segundos pero la sonrisa de Franz y sus cejas levantadas me impulsaron a contestar; Franz, satisfecho, me alentó  a continuar y así entablamos una conversación entre los dos, y algunos alumnos, que duró hasta que terminó la clase. Ese semestre me volví asiduo de ese horario y en vez de ir a conversar con él a su cubículo, lo hacíamos en esa clase, con sus alumnos, que no sabían para qué alguien entraría de oyente (y hablante) a una materia que ya había cursado.

No voy a ahondar aquí en las características de mi neurodivergencia, que supongo pueden adivinarse entre líneas; basta decir que en esa época y aún ahora, la notable institución no estaba preparada, o si quiera sabía que debería estarlo, para adquirir algún grado de responsabilidad y acompañar éticamente, con algo parecido a la compasión o empatía, a estudiantes con características mentales o psicoemocionales diversas.

Incluso ahora, hay quienes afirman que deberíamos agradecer las violencias implícitas en la cultura de la excelencia y competitividad porque su carácter didáctico y (de) formativo nos prepara para el mundo “real”.

Franz respondió con compasión y una amistad que sostendríamos hasta su muerte, a mi necesidad de conocimiento y reflexión existenciales, una necesidad extracurricular e inútil para navegar con éxito las corrientes del Rational Choice o para tomar en serio la apremiante y aparentemente iniciática disyuntiva ontológica-espitemológica, entre liberales y comunitaristas (o multiculturalistas).

Franz y yo nos volvimos amigos y su amistad fue para mi una constante, en una de las épocas más inestables de mi vida. A diferencia de muchas de mis compañeras y compañeros, nunca supe con certeza qué estaba haciendo en esa institución y qué sentido tenía para mí estudiar, primero la licenciatura en Economía y luego en Ciencia Política.

La mayoría de las materias me parecían fatalmente aburridas y sin importar si era curricular o no, les exigía a los docentes respuestas a cuestiones relacionadas con mi crisis existencial; consecuentemente, la mayor parte del tiempo sentía que todo era una gran pérdida de tiempo en un momento de mi vida donde lo más plausiblemente importante y urgente era el sexo, el enamoramiento y la exploración práctica y directa (con el uso recurrente de alcaloides y enteógenos) de los fenómenos teológico-político y de la conciencia, y a eso dedique la mayor parte de mi tiempo, intelecto y sentimiento. Las consecuencias de todo esto fueron por lo general, desastrosas.

Extracurricular 

Fueron muchos los proyectos y actividades extracurriculares en los que participamos juntos. Uno de ellos dotó de una cualidad profética a las palabras de otro querido profesor, Alonso Lujambio, quien en algún momento y tras escuchar mis argumentos para pedir mi cambio de la carrera de Economía, me sugirió:

Nava, lo voy a dejar entrar a Ciencia Política, pero si todo lo que me dijo es verdad, entonces se va a morir de hueva en el ITAM. Mejor váyase a la UAM, ahí se la va a pasar mejor.” Con los años comprobé que mis mejores momentos de mi paso por el ITAM, los viví en la UAM: durante un trimestre Franz y yo nos íbamos todos los jueves, de Río Hondo a la UAM Xochimilco, donde participamos en un seminario sobre el Shivaísmo de Cachemira; ahí leíamos y comentábamos, junto a estudiantes de postgrado y a psicólogos y sociólogos, el Pratyabhijnahrdayam, una de las escrituras más importantes de esa tradición no dualista.

En esas visitas también constaté que el mismo fenómeno sucedía en la UAM: apenas descendíamos del auto en el estacionamiento y estudiantes comenzaban a saludar a Franz como si fuera una mezcla entre rockstar y un amigo de toda la vida.

En esas épocas también tuvimos un buen número de juntas muy divertidas, con varios de sus colegas de la UAM (entre ellos sus entrañables amigos Eligio y Miguel Ángel, sociólogos ambos) y un artista plástico de apellido Sesma. En estas tertulias donde reinaba la contagiosa risa Franziscana, diseñamos un proyecto 5 para crear una comuna para huérfanos, con un modelo alemán, en un pequeño pueblo conocido por su artesanía con onix. Viajamos varias veces a Puebla y dialogamos con artesanos para presentarles un propuesta en la que nuestro amigo, escultor y pintor, les ofrecería talleres para incorporar a sus tradicionales formas y cánones estilísticos (en los que prevalecían los ajedreces, las esferas, obeliscos y otras figuras presentes en todos los talleres locales) nuevas perspectivas y diseños con el fin de impulsar la principal actividad económica de esa comunidad.

Otro espacio que disfrutamos mucho, fueron las reuniones semanales en una casa en la que el Dr. Paoli daba consultas de psicología clínica. Paoli era practicante de budismo zen, su hijo Chandrashekhar era como yo, en esa época, practicante de una sādhanā que a mi me gustaba llamar mitad Advaita Vedanta, mitad Kaula Tantra. Así que nos reuníamos para tener primero una sesión tipo seminario en la que platicábamos, debatíamos o escuchábamos las exposiciones de las diversas tradiciones dialogales y místicas que nos entusiasmaban, para luego subir a una sala de meditación en la planta alta, donde aspirábamos a que el silencio fuera la vía para seguir nuestras exploraciones existenciales.

Mahāsamādhi y las dos heridas

Tras las complicaciones asociadas al síndrome mielodisplásico que padeció, Franz entregó su envase en un equinoccio de verano hace unos años ya, con el sol sobre la línea del ecuador, cuando el día y la noche tienen exactamente la misma duración en ambos hemisferios de este planeta. Como si hasta en su muerte siguiera celebrando que en la dualidad, entre los pares de opuestos, podemos encontrar un momento que lo reconcilia todo.

Me llevó años soltar este texto para celebrar nuestro encuentro, nuestra amistad y todo lo que hizo Franz por mí. Sobre todo le estaré siempre agradecido por haber estado a mi lado, en los momentos más oscuros y dolorosos que recuerdo.

Uno de esos días en los que se abrió un hueco en mi pecho más grande que todo mi cuerpo y del que brotó una tristeza hambrienta, lo fui a buscar a su cubículo. Para mi fortuna estaba ahí y me recibió con su risa de siempre. Supongo que se dio cuenta porque en esa ocasión su risa fue seguida de una conversación muy práctica y didáctica 6: Franz tomó una hoja de papel en su mesa, trazó una línea vertical para dividirla en dos, luego dibujó un punto de un lado y dobló la hoja, en el lugar donde el punto tocó la superficie del otro lado, dibujó otro punto. Luego volvió a abrir la hoja, me miró con la seriedad más compasiva y me dijo algo más o menos así:

Hay una herida ancestral que tenemos todos, es la herida de la separación, es la huella de nuestra existencia total como el Ser. La herida que sientes ahora es un eco, una sombra de esa herida.

Franz tomó la hoja y volvió a doblarla para que los dos puntos se tocaran otra vez.

El dolor que sientes puede llevarte a conectar con ese otro dolor, es una oportunidad, pero no son la misma cosa, es importante que te des cuenta. Abraza este dolor, pero sabe que va a pasar, aprovéchalo para ir más profundo; pero es importante que no confundas este, con este otro.

Lo que podría parecer un dispositivo de literatura epigonal de los noventa, fue para mí un evento que me permitió poner en perspectiva uno de los momentos más difíciles que viví en esa época, y sobrevivir.

Gracias, Franz, por todas tus palabras, por tu risa, por tu generosa amistad. Mi amigo, mi maestro. Te llevo siempre conmigo.

Algunas de las obras que (recuerdo) Franz me sugirió leer como parte de nuestras conversaciones, a lo largo de los años:
Duelo y melancolía, Freud
El héroe de las mil caras, Joseph Campbell
Diccionario de símbolos, Editorial Herder
Alquimia, Marie-Louis Von Franz
El secreto de la flor de oro, Carl Gustav Jung
El libro de Job, Carl Gustav Jung
Las cabezas trocadas, Thomas Mann
La separación de los amantes, Igor A. Carusso
Pratyabhijnahrdayam: The Secret of Self-Recognition
Bhagavad Gita
Los Yoga Sutras, Patanjali

Notas:

1 Diferencia y diálogo: genealogía de la variación de significados. Franz Peter Oberarzbacher. Aportaciones al estudio de la cosmovisión. México DF: UAM-X, CSH, Política y cultura; 2009.1a. edición.

2 Un apunte propedéutico: si mal no recuerdo, mientras estuvimos ahí, esta institución reportó el mayor índice de uso y abuso de sustancias psicoactivas, legales e ilegales, entre el alumnado de las principales universidades del país (o en donde quiera que se haya tomado la muestra de esas encuestas que los expertos deben recordar bien). El consumidor, sin duda, siempre quiere más que menos.

3 What Is Liberal Education? Leo Strauss. Robert Maynard Hutchins Distinguished Service Professor Department of Political Science. The University of Chicago. An Address Delivered at the Tenth Annual Graduation Exercises of the Basic Program of Liberal Education for Adults. June 6, 1959. https://www.ditext.com/strauss/liberal.html

4 En una época iniciábamos el día cantando 182 versos en sánscrito en un ashram en la Condesa, para luego irnos juntos a Río Hondo, San Ángel, oliendo a aceites esenciales y champa, donde tratábamos de pasar desapercibidos con nuestro calzado de plataforma, entre la estética ortogonal del neoliberalismo incipiente.

5 Por razones que ahora no recuerdo del todo bien, pero que tenían que ver con la desaparición del principal patrocinador financiero, nunca se llevó a cabo. Ah, ¡pero cómo lo disfrutamos!

6 Narrar este evento es un despropósito por varias razones: primero porque no recuerdo sus palabras exactas; segundo porque lo que hizo Franz, más allá de lo que recuerdo y puedo describir lógicamente, fue una especie de psicomagia à la Jodorowsky. Cuando terminó la conversación el hueco en mi pecho seguía ahí, pero yo me sentía de camino a casa, en la mejor compañía.