En primer lugar, hay que decir que la cancelación está generalizada en el mundo. No es exclusivamente gringa ni exclusivamente anglo –se da en México como en Sudáfrica, en inglés como en español… o árabe o japonés. Ello se debe a que la cancelación es un recurso para confrontar el privilegio (y muy especialmente el abuso desde el privilegio), y esa confrontación es universal. No deriva de pulsiones antiliberales, de una supuesta ‘fragilidad’ o una indisposición de las nuevas generaciones a ‘argumentar’. Es resultado de que hay formas baratas y democráticas de trazar lazos de comunicación y solidaridad. Y de que desde ahí es más fácil rechazar y resistir las transgresiones y bravuconerías de quienes niegan derechos, desconocen la dimensión estructural del racismo (o el sexismo, la transfobia u otras formas de discriminación), mienten o hacen ‘bullying’.
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