To resist without seeking to shred the skin of individual self, is not to resist at all. It is simple to confront the power of the world with a smaller antagonistic version of itself.

Jim Douglas

Mi tía, que vive en Polanco (y es vecina de Elba Esther), siempre está indignada por lo que hacen y dicen los demás; sobre todo quienes no comulgan con sus ideas y sentimientos siempre correctos.

Como una mártir del narcisismo cívico, mi tía siente una y otra vez el legítimo enojo de quien se ofende por todo lo que pasó, lo que sucede y lo que seguirá ocurriendo.

Mi tía siempre tiene tiempo para estar en cientos de chats donde siempre tiene la razón y es experta en todos los temas.

La puedes ver escribir, eufórica y absorta en su pantalla como quien no quiere quedarse atrás sin comentar el punto, sin mostrar su gran inteligencia y estupendo y refinado sentido del humor. Porque mi tía siempre está de buenas, siempre está feliz, incluso cuando parece que la amargura es su musa y la ira, su vocación; ella siempre contestará:

No, si no me enojo, al contrario, todo me divierte mucho.

Arropada como quien sale de su casa de prisa ante un fuerte temblor, ostenta arrogante sus pijamas intelectuales y se aferra a sus apuntes de biología de la preparatoria o algún video de YouTube, ya sea para combatir la ideología de género, a las falsas feministas y a las falsas mujeres o para espetar siempre burlona e histriónica, que todos quienes piensan diferente a ella, están en el error. Pues esto es una guerra cultural, ¿qué no?

Claro que mi tía se lleva y no se agunta, cuando alguien la pone en su lugar y se le agota la batería de respuestas ensayadas, se victimiza y se apresura a acusar a sus detractores:

Están obsesionados conmigo, me acosan.

Mi tía es divorciada pero sigue casada con la idea de que el matrimonio, en algún momento, también le dará la razón, porque obviamente alguien más fue el responsable de su descalabro, que no es tal, porque todo pasa por algo y ella, siempre tiene la razón.

Mi tía se ríe de quienes hablan del autoconocimiento porque eso es de mugrosos jipis comeflores y ella está segura de quién es: esa grandiosa persona que nunca se equivoca, aunque si la escuchas suficiente tiempo, probablemente empiece a parecerte pequeñita, con sus ideas pequeñitas que ella cree que por repetir compulsivamente, cambian de tamaño.

Mi tía es bondadosa y generosa y pasa al menos el doble del tiempo que invierte en su bondad, en asegurarse de que las demás personas lo sepan. Usa pulseritas para mostrar que está en contra de ciertas guerras y ha participado en algunas marchas y ayudado con víveres que ella y sus amigas del Sagrado Corazón empacaron con sus propias manos bien humectadas. De todo ello hay evidencia, en cientos de selfies.

Mi tía es de izquierda de clase alta y se enoja cuando, por sus intervenciones en sus chats, alguien la ha llamado resentida social, entonces no deja pasar la oportunidad de aclarar que su mamá nació en Las Lomas y que ella sí sabe distinguir quién es fifí de abolengo y no un nuevo rico cualquiera. Ella tampoco es una resentida cualquiera, y por favor: aunque es de izquierda, no es socialista, es más bien una resentida socialité.

Mi tía es muy profunda, casi filosófica, en su frivolidad; su único ejercicio de autocrítica y de pensamiento radical, consiste en asegurarse de llegar a las raíces con su nuevo tinte de cabello.

Mi tía no tiene tiempo, ni interés, de unir los puntos entre su recalcitrante antagonismo, su intransigente militancia y fanatismo teológico-político con la creciente separación, hostilidad y violencia a nuestro alrededor; desde el bulling que ella y sus amistades practican en sus chats, hasta los bombardeos de escuelas y hospitales en Palestina. Por eso creo que su indignación, asombro y odio ante ciertos genocidios y ciertos genocidas, es real.

Aunque mi tía está siempre conectada a sus chats y sus redes, parece ignorar que el peligro y los horrores que ella señala desde su departamento de un millón de dólares, se construyen a cada instante por la interacción frenética de millones de personas en una red de interdependencia cuya existencia y metabolismo escapan a la comprensión de sus peroratas automáticas y autocomplacientes.

Siempre pronta a googlear para demostrar todo lo que sabe, su Dunning-Kruger, antes crónico degenerativo, ahora es terminal.

Mi tía preferirá, siempre, a una persona con la que no esté de acuerdo, para platicar; son años ya de no darse cuenta de que, en realidad, ella solo entabla monólogos para saciar su sistema dopaminérgico.

Por eso ya no insistí, hubieras visto su cara, esa vez que intenté hacerle ver (después de todo, somos familia) que aunque parecemos individuos, también somos (y nos conviene asumirnos) como células del lóbulo frontal del planeta y que, aunque el miedo y el instinto de supervivencia nos hace sentir pequeños y separados, en una inmensa e indiferente vastedad, la raíz de nuestro predicamento es también un problema de identidad (ese tema que siempre la pone belicosa).

Mi tía se identifica con una entidad separada y frágil; se asume mujer, católica pero racional y otras tantas etiquetas que compró y en las que habita con un orgullo apenas más grande y con el que cree tapar, eficientemente, su miedo y ansiedad constantes.

Obviamente, mi tía prefiere el Tafil o cualquier benzo, a los enteógenos o triptaminas.

Qué necio yo, por insistir en que lo que ella necesita, alguien tan satisfecha y atrincherada en su persona, es verse desde un viaje de DMT. Después de todo, ella lo que prefiere, su verdadero fix y high (mi tía habla casi la mitad del tiempo en inglés) es tener siempre la razón:

Entre todas sus ideas la que idolatra más, es la idea de quién cree ella que es.

Cualquier parecido a las tías de sus chats, es mera casualidad o producto de la buena fortuna.

Alberto nava (Baalzabut)

Alberto nava (Baalzabut)

Vudúcrata cero

Expolitólogo, expsicoterapeuta corporal transpersonal, expublicista, exsanyasin. No supo lo que tenía hasta que le hizo acupuntura a distancia.