The quest for God has become such an obsessive factor in the lives of human beings, because of the impossibility of achieving pleasure without pain. That messy thing called the mind has created many destructive things. By far the most destructive of them all is God.

Uppaluri Gopala Krishnamurti

Respect for religion has become a code phrase meaning ‘fear of religion.’ Religions, like all other ideas, deserve criticism, satire, and, yes, our fearless disrespect.

Salman Rushdie

En 1989, seis meses después de la publicación de la cuarta novela de Salman Rushdie, el entonces líder teocrático de Irán, el Ayatolá Jomeini, emitió una fatua con el objetivo de asesinar al escritor (y a cualquiera de los involucrados en la publicación de Los versos satánicos); este decreto no solo prometía a los asesinos (verdaderos yihadistas) un boleto gratis a ese paraíso (Jannah) en el que setenta y dos vírgenes (con senos en forma de pera) los esperaban a cada uno, sino además una recompensa de tres millones de dólares.

Cualquier humanista promedio hubiera pensado que dicha arrogante y desquiciada condena a muerte, por parte de un líder religioso a un ciudadano extranjero, merecería otra condena, generalizada y amplia, en el resto del mundo.

Sin embargo, como relata Christopher Hitchens en una de sus icónicas obras, tanto el Vaticano como el arzobispo de Canterbury o el principal rabino sefardí de Israel se solidarizaron con Jomeini, de la misma manera que el cardenal arzobispo de Nueva York y muchas otras figuras religiosas (y culturales). Aunque dedicaron algunas palabras para rechazar el recurso a la violencia, todos estos líderes religiosos reconocieron como el principal problema planteado por la publicación de Los versos satánicos, no el asesinato de un novelista a manos de mercenarios, sino la blasfemia.

El pensamiento y sobre todo las instituciones religiosas necesitan del dogma y de la abdicación del pensamiento crítico, para poder garantizar su continuidad; de esta forma cualquier ejercicio de libre pensamiento o cuestionamiento profundo, se considera una amenaza y un peligro.

Las creencias son principios que guían nuestras acciones y definen lo que es real, verdadero o normal, deseable o temible.

Desde su origen, las religiones organizadas han estado detrás de las más inimaginables atrocidades cuya causa puede describirse de manera esquemática como: un lucha fratricida entre simios que creen que un ser sobrenatural, además de crearlos, escribió un libro. Al haber una variedad de estos libros, cuyos adherentes reconocen como sagrados e infalibles, el conflicto y la intolerancia son solo consecuencias inevitables. El otro simio, el infiel, siempre será un peligro. 

Conducir bajo los efectos del alcohol u otra droga puede convertir a un vehículo en un arma de destrucción masiva. De igual manera, conducirse en el espacio público, o privado, bajo los efectos del pensamiento, fe o dogma religiosos, puede tener efectos devastadores. Obviemos por un momento todo el daño que se desprende del patriarcado (cuya simiente proviene de dios padre) y su obsesión por controlar la sexualidad y los roles de género, o del biopoder de la heteronorma que se apropia de los cuerpos, los fragmenta y le asigna significado a sus partes. Después del 9/11 no es necesario imaginar o recurrir a metáforas (ni buscarle glándulas mamarias a las hormigas) para sugerir de qué manera devotos, o ejemplar gente de fe, pueden pilotear sus creencias de manera que su impacto se traduzca en el asesinato (piadoso) de miles de personas. 

Como sugiere Sam Harris: en un contexto en el que la tecnología permite a una sola persona, inspirada en su fe, exterminar a millones, no es sensato permanecer adictos a nuestros mitos y a las identidades que construimos a partir de estos.

Tan absurdo, nocivo y peligroso es estigmatizar, juzgar o perseguir a los usuarios de drogas, como lo es pensar que el problema son las personas creyentes. Lo urgente es reconocer tanto la función que cumplen la fe y los dogmas religiosos, como sus consecuencias y efectos secundarios en la salud mental y pública de individuos, comunidades y naciones. 

Es necesario someternos, como sociedad, comunidad política y cultural, a una rehabilitación de lo que nos hace semejantes y dignos de respeto y dignidad incondicionales: un tratamiento intensivo de pensamiento crítico que nos permita identificar las creencias nocivas que nos dañan, separan y que imposibilitan un verdadero respeto a la diferencia, la libertad de expresión y de pensamiento, así como el ejercicio de nuestros derechos fundamentales.

Así como hay ejemplos notables de humanismo entre autoridades y feligreses de múltiples tradiciones confesionales, la historia de la humanidad es un amplio catálogo de guerras, limpiezas étnicas y atrocidades que, en nombre de dios y el amor divino, harían pasar por una naïve comedia de desencuentros, a cualquier película de Tarantino.

Cuando el presidente de los Estados Unidos Mexicanos afirma que estaríamos mejor si todos fuéramos cristianos, no solo deja asomarse un parroquialismo ignorante de las atrocidades cometidas en la historia en nombre del dios cristiano, también debilita la posibilidad de un verdadero diálogo público, guiado por un principio de realidad basado en la ciencia y el pensamiento crítico. Nos recuerda también esas alocuciones arrogantes de líderes eclesiásticos que presumen estar a favor del diálogo interreligioso, pero en contra del relativismo y pluralismo cultural y metafísico: en el fondo lo que nos quieren decir es que su condescendencia les permite escucharnos como si estuviéramos dialogando, siempre y cuando no olvidemos que ellos son los únicos portadores y porteros de la verdad.  

Por poner un solo ejemplo de una tradición con la que sería inmensamente benéfico entablar (o profundizar) un diálogo, basado en la razón, una tradición cuya edad rebasa por miles de años a la del cristianismo y sus hermanas (igual de adolescentes, belicosas, abrahámicas y [mono] teístas): el budismo; una tecnología o forma de vida que no solo reconoce a la compasión como la forma más elevada de inteligencia, sino que provee de un método científico para la observación de la mente. La sabiduría del budismo no proviene de un sistema de valores estático (mandamientos o cartillas morales), sino de una ciencia de la subjetividad que considera primordial conocer al conocedor, entender al instrumento por medio del cual es posible todo conocimiento, tanto del sujeto como del objeto (desde hace décadas hay múltiples acercamientos a esta y otras tradiciones no dualistas, por parte de la física cuántica y otras disciplinas científicas occidentales).

El budismo o el zen, por poner otro ejemplo, no necesitan de la idea de dios o un cuerpo dogmático para ofrecer herramientas prácticas que permiten una forma de vida ética y respetuosa de todas las formas de vida.

Es una tragedia que tras el reciente ataque, Salman pierda un ojo y probablemente la posibilidad de hablar o moverse como antes. Es también una tragedia que tras siglos de avances científicos occidentales y milenios del cultivo y desarrollo de una ciencia de la subjetividad y el conocimiento de la mente y el fenómeno de la conciencia, en tradiciones orientales, la mayoría de la población en nuestro país (y del resto del mundo) continue afirmando su adhesión (¿dependencia?) a una religión. Sin duda vivimos tiempos oscuros.

No, señor presidente, si la mayoría fuéramos budistas, ateos o satánicos intelectuales, estaríamos mejor. No, no tengo datos o evidencia a la mano, pero es cuestión de seguir investigando, cuestionando, porque el planeta no parece aguantar muchos años más de este amor cristiano por el prójimo. Mientras tanto, leamos las demás novelas de Rushdie y que Satán, Shiva y Kali me lo bendigan a usted y a todas, todes y todos les creyentes.

Una plegaria final 

No necesitamos a dios o ningún otro amigo imaginario para apreciar, celebrar y maravillarnos ante el misterio y magnificencia de la existencia y todos los seres vivos. La esperanza es una amante sádica. Ojalá perdamos todo residuo de fe, para bailar en la intemperie sin muletas.

 

Baalzabut

Baalzabut

Vudúcrata Cero

Expolitólogo, expsicoterapeuta corporal transpersonal, expublicista, exsanyasin. No supo lo que tenía hasta que le hizo acupuntura a distancia.