Existen dos extremos para pensar lo público. En el primero está el pensamiento mágico: tener fe en los atributos de un líder, mientras se cree que apelar a símbolos o exabruptos amplificará la voluntad del quejoso y se logrará un cambio. Por otro lado, está el reconocimiento de que sólo la duda constante permite conocer los problemas en su magnitud y, de ahí, diseñar estrategias asertivas de acción política.

Lamentablemente, mucha gente sigue creyendo que los principios del pensamiento mágico o religioso aplican para la acción política. Gracias a ello, hemos cometido una y otra vez errores, como suponer que un buen gobernante debe tener atributos superiores al promedio de la población, en lugar de acotarlo o vigilarlo. De seguir así, caminaremos siempre en círculos.

Quiero compartir tres viñetas, que representan discusiones extendidas, para ilustrar el problema.

El arquetipo del “entrón”

Se ha hablado en este espacio sobre la enorme banalidad que refleja el personaje del “entrón”, especialmente cuando hace algo que se conoce “decirle sus verdades” a un personaje público. El personaje cree que sus desplantes se magnificarán a través de las redes sociales, generando un cambio, cuando en realidad no pasa de ser una anécdota.

He criticado tanto al actor como al acto cada vez que surge un “entrón” que “dice verdades”, sea quien sea y diríjase a quien se dirija desde hace años. No fue la excepción el más reciente caso, donde un ciudadano ejemplar le dijo a la esposa del presidente que los iban a correr en 2022, calificativos más o menos, y lo puse en mis redes.

Recibí una respuesta de un tuitero quien citó otro tweet con el encabezado: “A mi no me parecen banales ni entrones”. Reproduzco la imagen, omitiendo como siempre a los usuarios, dado que solo me importan los argumentos:

 

Es interesante ver cómo hay gente que confunde actos de irreverencia, varios de estos propios de la juventud, como actos de valor cívico. Pero preocupante es asumir que se detendrán cuando haya un presidente que inspire “verdadero respeto”: quien piensa lo anterior está a la espera de otro tlatoani, no de un gobernante en un sistema democrático.

¿El lenguaje de la reacción?

Desde hace varias semanas ha estado circulando por redes sociales y cadenas de Whatsapp un texto, firmado por Fernando Vázquez Rigada, titulado Cómo vamos a derrotar a AMLO. El fundamento de su argumentación es cierto: el lenguaje crea marcos mentales, a través de los cuales definimos nuestra situación. De esa forma, señala que necesitamos cambiar la forma que nos expresamos, así como la urgencia de dejar de usar las expresiones del presidente.

Como se ha escrito aquí, definitivamente gran parte del control de López Obrador está en su eficaz uso del lenguaje y los símbolos. Sin embargo, identificar el problema no es sinónimo de tener una solución eficaz, como se ve en el texto. ¿Cuáles son los puntos débiles?

Primero: aunque reconoce que hay gente que hace actos que llama de oposición, ignora que muchos de éstos son parte de los contrapesos normales de una democracia, como el papel de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Banco de México. También pasa por alto que muchos de tales actos son simbólicos o ineficaces, como lo que suelen hacer los partidos ajenos a la coalición del gobierno desde el Congreso. Así, al contemplar algo a lo que atribuye valor desde el lenguaje, pasa por alto la necesidad de una estructura y estrategia sólida para la acción: se toma a la oposición casi como un fetiche. Es como si confundiésemos literatura New Age con teoría política.

Segundo: si López Obrador se beneficia de un entorno polarizado, de poco sirve evitar usar sus expresiones, si todas las acciones de un grupo se orientan a oponérsele, abonando a una mayor polarización. Por más que se quiera hablar distinto, se sigue jugando en la cancha del ejecutivo. De esa forma, y siguiendo la analogía del New Age, marchar en autos y mover la víscera en redes sociales es el equivalente de ir a cargarse de energía en una pirámide cada 21 de marzo para la acción política.

Tercero: el lenguaje nuevo no es más que los discursos de una minoría que fracasó en 2018. Frases como “quienes creemos en el valor del estudio, del valor y del trabajo, del esfuerzo; quienes emprendemos y no esperamos que nadie nos regle nada” o “somos los mismos que creemos en la propiedad privada y no permitiremos que unos fanáticos nos expropien nuestras casas, nuestras escuelas, nuestros ahorros, y mucho menos nuestra dignidad e historia”, delimitan de manera excluyente al grupo que se opone y lo pone en una minoría en sí. Lo anterior hace que la empatía que dice mostrar el autor no es más que condescendencia ante, digamos, un profesionista millennial que no ha podido tener ahorros, aún cuando está más preparado; o alguien que siempre ha estado fuera de toda oportunidad. Es un discurso muy conservador, que pretende imponer una visión en vez de presentarse como alternativa.

Si el reto es repoblar el centro ante la polarización, usando el lenguaje para construir una nueva identidad para todos los mexicanos, el programa de acción que se promueve es estéril: mientras el presidente goce de popularidad, lo único que van a hacer es afianzarlo. Cuando falle la popularidad de López Obrador, este discurso reactivo sólo afianzará el terreno para un gobernante que, desde el otro lado del espectro ideológico haga lo mismo que el actual: un Bolsonaro mexicano.

¿Es el 2021 un referéndum contra López Obrador?

Una derivación de la viñeta anterior es creer que 2021 trata del propio presidente, por lo cual es indispensable votar por cualquier candidato que no sea de Morena. Lo más curioso de ese razonamiento es que muchos de quienes lo proponen justamente están trabajando a favor del presidente: incluso de manera más eficaz que la propaganda electoral de 2018, donde aparecía López Obrador abrazando a cada candidato de su coalición.

Dejemos a un lado lo dicho arriba: la oposición a ultranza abona a quien mueve las emociones a través de la polarización. Al creer que cualquier otra opción es mejor a Morena, están renunciando a una obligación del ciudadano: dudar, cuestionar y comparar. En consecuencia, corren el riesgo de cometer el mismo error de quienes dieron todos sus votos a López Obrador en hace dos años.

Al no distinguir entre la diferencia de agendas a nivel federal, estatal y municipal, el votante ignoraría sus problemas inmediatos a nombre de la víscera. Cierto, muchos legisladores y autoridades de Morena llegaron gracias a la ola de popularidad del presidente, pero no todos son cuadros improvisados. Puede haber algunos que, incluso, han sido muy eficaces. También es cierto que muchos opositores tampoco han tenido un buen desempeño tan solo por serlo.

Por otra parte, sería triste que se votase por políticos que fracasaron en 2018, tan sólo porque son opositores: se traería de vuelta el problema, en vez de plantear una alternativa. Por ejemplo, si por algún acaso Morena perdiera la mayoría en la Cámara de Diputados, ¿qué sucedería si gana un grupo opositor que, en ausencia de programa o proyecto más allá de la reacción, paraliza el poder legislativo creyendo que en 2024 habrá cambio de partido? Esa es la lógica en que operaron nuestros partidos desde 1999, sólo que le darían una gran oportunidad a López Obrador para victimizarse, librar un referéndum revocatorio y ganar 2024.

¿Qué hacer? Dejar de creer que la elección intermedia trata del presidente, y plantearla en sus términos reales: trata de que todos comencemos a pensar como ciudadanos, especialmente cuando ya tenemos el poder de premiar o castigar según desempeño. Analicemos a los propietarios de los cargos, especialmente si buscan reelegirse. Revisemos todos los perfiles. Discutamos con otros. Premiemos el desempeño. Es nuestra oportunidad de romper con el pensamiento mágico: no perdamos el tiempo.

Texto de Fernando Dworak publicado en https://fernandodworak.com/

Fernando Dworak

Fernando Dworak

Politólogo

Analista y consultor político. Experto en temas legislativos.